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"El arte es una aventura hacia un mundo desconocido,

que puede ser explorado sólo por quienes

están dispuestos a asumir el riesgo."

No sin cierta melancolía ante mi propia incapacidad para expresarlo mejor, sirvan unas palabras de Mark Rothko para encabezar esta presentación. Y es que entiendo el aserto del visionario pintor más allá de su contexto (1943, surgimiento en N.Y. del Expresionismo Abstracto) como universal admonición para quienes nos dejamos seducir por los engañosos cantos de sirena del arte. Hoy más que nunca sometido al marketing y a la corrección política, es necesario nadar contracorriente en el océano de banalidad de medios y redes sociales. La búsqueda del Parnaso conlleva aventurarse por interminables círculos dantescos.  ¡Renunciemos pues con estoicismo a toda esperanza…!

A título personal añadiré que mi trayectoria, no pocas veces errática, se ha guiado siempre por la intuición y la curiosidad. Actor, autor, músico... (omitamos el término "artista multidisciplinar"), sobre el escenario me recreo con el Siglo de Oro español, con algún ‘metafísico' inglés y (cómo evitarlo) con Shakespeare. Soy rehén de una fiel pero caprichosa memoria, capaz de recordar intrincados sonetos y remotos agravios. Puedo cantar afinado pese a prescindir del pentagrama. Eterno aprendiz, promuevo montajes que amalgaman disciplinas y épocas diversas con resultados imprevisibles. Me reitero en la herejía de recitar a Lope de Vega o a Villamediana a ritmo de Rap: sorprendentemente, aún nadie me ha denunciado. Creo que lo mejor de mis ideas se gesta en el mundo de los sueños mas, al contrario que Coleridge, al despertar no recuerdo apenas nada. Puedo pasar largas horas meditando sobre la pertinencia de un adjetivo o la posición de una coma en una frase. Si el lenguaje traduce nuestro pensamiento y en sentido inverso pensamos con palabras, ¿es reprobable aspirar a la máxima precisión al utilizarlas? Por ello nadie me encontrará entre los poetas de micro abierto y haikus en post-it, ni amontonando palabras como una mercadería de venta al peso. Confieso que no se trata solo de convencimiento moral, sino también de pura incompetencia a la hora de 'rentabilizar' mi trabajo.

Me siento cercano a quienes, desde que el hombre desarrolló la capacidad de fabular, han ido perpetuando sus historias de viva voz: nórdicos thulir, rapsodas griegos, griots, bardos, juglares. Si en algún desempeño he llegado a sentirme 'yo mismo' es como cuentacuentos, acaso para compensar mis magras habilidades sociales. Alguno de los personajes resultantes de esta condición, pieles o máscaras para ocultarme, han sido el anónimo juglar errante de "Los viajes del Bufón", el 'hombre de placer' Pablo de Valladolid, el escritor y jurista portugués Tomé Pinheiro, o mi bizarra re-encarnación como DJ Barroco.

​Volviendo a Rothko, sus palabras me evocan a los navegantes de la antigüedad que se aventuraban por océanos infestados de unicornios, sirenas y basiliscos; en sus mapas dejaron escrito: Hic sunt dracones. Una ‘terra incognita’ que imagino muy semejante a la ominosa blancura de una página por escribir o a la negrura que aguarda al otro lado del escenario.

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