Vladimir Horowitz
Ya andaba La Parca cortejando a Schubert cuando este acometió la composición de sus Impromptus. Y aunque no existe acuerdo sobre la forma en que finalmente se le presentó a poco de cumplir los treinta (tifus, sífilis, envenenamiento...), sí en cambio en valorar como injusta, por prematura, su pérdida. La arena del reloj se agotó muy pronto para Schubert y, aunque resulte admirable la magnitud y excelencia de su obra en tan breve lapso, es inevitable increpar la vida (robo la expresión a mi admirada J. Negueruela) por sus arbitrarios designios.
Impromptu (in promptu) : "Composición que se crea sin plan preconcebido". El término recoge con precisión el sesgo de genuina inspiración, de arrebatado sentimiento, que caracteriza la colección y, me atrevería a decir, la totalidad de la producción schubertiana. No fue el único el cultivar esta peculiar forma musical: también lo hicieron Chopin o Fauré.
Me fijo hoy en el Nº3, de cristalina belleza y fluidez y, sin embargo, arrebatada tristeza. Abundan las grabaciones de grandes pianistas, es de suponer que alguno de ellos acercándose a la perfección. Yo sin embargo, siempre me quedo con la del divo Vladimir Horowitz: su majestuosa lentitud, el rostro estatuario (tan alejado de los actuales performers), la profundidad psicológica que emana de cada fraseo; su empeño por conseguir, más allá del mero alarde técnico, la trascendencia.
Creo entender a Horowitz y su aproximación al Impromptu Nº3. El casi nonagenario Maestro debía andar ya cortejando a La Parca tras una extensa vida consagrada al perfeccionamiento de su arte exquisito. ¿Cómo sino desde la tranquila aceptación de la propia llama apagándose, podría evocarse con tanto acierto el incendio de pasión que consumía al joven Franz Schubert? Desafiando el concepto convencional del tiempo (y del tempo), el irrepetible pianista roza casi lo eterno, y es como si quisiera reparar al compositor por los años que le fueron negados.
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